by Otto Plógerweden
Hace cuarenta años, en un viejo café de Buenos Aires, un amigo decía: "...va a llegar el tiempo en que no necesiten obreros y cuando eso ocurra, sería interesante saber si la clase proletaria estará preparada para cambiar por completo a la sociedad, o por el contrario continuarán humillándose por conseguir un mísero empleo con el que tras horas de hacer algo que no se desea ni interesa, se obtenga el pobre salario para subsistir". Hoy el primer ministro italiano, Monti, dice que los jóvenes italianos ya no pueden aspirar a tener un empleo en el que trabajar toda su vida y que además eso es muy aburrido, que mejor es cambiar y así afrontar nuevos desafíos, no solo cambiando de empleo sino también llendo a otros países; no recuerdo que otras tonterías por el estilo dijo el señor Monti pero conviene aclarar algunas cosas. Los jóvenes italianos no buscan un empleo fijo porque sí, sino que se trata de una de las fundamentales condiciones que se necesitan para obtener un crédito bancario para tener una vivienda o -cada vez más frecuente- tan sólo para alquilarla. Por otra parte, el pueblo italiano ha dado muestras, a lo largo de su historia, de poseer una inteligencia y sagacidad que les ha permitió vivir en muchas partes del mundo muy alejadas de su querida península itálica, de la eterna Roma -paradógicamente fundada por Eneas, un inmigrante griego, según la mitología-. Pero el señor Monti debería saber que no se trata de irse ni de entregar la vida en un trabajo aburrido, de lo que se trata es de gobernar para el beneficio de todos los italianos y no para un selecto grupo que como él, no podría sobrevivir con los miserables sueldos que se pagan por un trabajo aburrido y hasta llego a pensar que puestos a rendir un examen, de los que miles de jóvenes deben aprobar cada día, don Monti y sus amigos no alcanzarían la nota aprobatoria.
Tal vez, el amigo de la charla en aquel viejo café de Buenos Aires, tenía algo de razón, pero me niego a pensar que los jóvenes italianos se den por vencidos sin luchar. Cosas del destino, aquella noche, la charla se había iniciado haciendo mención de un inmigrante italiano, un hombre honesto, valiente, inteligente, un luchador incansable que había llegado desde su pueblo italiano huyendo del fascismo y que continuó con su predica del ideal libertario, porque las injusticias están en todas partes. Su nombre era Severino Di Giovanni, pero esa es otra historia y no creo que al señor Monti le interese.