Siempre te recuerdo con afecto. Siempre entrando minutos antes de las 12 de la noche, para
laburar durante esas horas
vacías de Buenos Aires, hasta las 8 de la mañana. Siempre con tu chaqueta blanca y el trapo sobre el brazo. Serio, pero con sonrisa bonachona. Esa sonrisa que afloraba cundo
Hugo, desde la mesa junto al ventanal, decía: "Manolo, dos cafés, si salen bien, no importa".