jueves, 11 de diciembre de 2008

Por favor, dos cafés...

Siempre te recuerdo con afecto. Siempre entrando minutos antes de las 12 de la noche, para laburar durante esas horas vacías de Buenos Aires, hasta las 8 de la mañana. Siempre con tu chaqueta blanca y el trapo sobre el brazo. Serio, pero con sonrisa bonachona. Esa sonrisa que afloraba cundo Hugo, desde la mesa junto al ventanal, decía: "Manolo, dos cafés, si salen bien, no importa".